La familia


La familia
Por: Manuel López Espino

La palabra familia proviene del latín “familia” de “famulus”, que a su vez deriva del osco “famel” que quiere decir siervo, y más remotamente del sánscrito “vama”, que significa habitación, casa.

Todos necesitamos un lugar donde poder descansar, “el descanso del guerrero”, un lugar donde poder hablar de nuestras debilidades, miedos, preocupaciones, ideas y sueños sin preocuparnos que nos lo echen en cara o lo usen en contra nuestra. Un lugar donde recibir cariño, donde nos curen las “heridas” del día a día, y ese lugar hasta ahora ha sido la familia. Un lugar donde fueras como fueras era muy difícil se te expulsara o te abandonaran, el sitio donde encontrar consuelo, ayuda, aunque no te lo merecieras, donde ibas a encontrar refugio y apoyo, donde te iban a decir la verdad, aunque te enfadaras o no te dieran la razón, pues ellos no buscaban tu afecto o llevarse bien contigo a cualquier precio, tenían claro que lo importante era tu futuro y tu aprendizaje vital, no tus enfados infantiles. Esa familia que aunque no fuera perfecta y en general, tenían menos preparación en cuanto a estudios, pero aún así, era un refugio para cada miembro y en casi todos los casos se quería lo mejor para cada uno de ellos.
Hoy en día, Esa familia está cambiando, los padres tienen mejor formación académica, facilitando su implicación y ayuda con los estudios de sus hijos, pero en el plano emocional ahora se está buscando más el afecto inmediato que el bien de cada miembro. Se valora más llevarte bien con todos los miembros, que el decir la verdad. El “yo” es más importante que el “nosotros”, y mi bienestar, está por encima de todo. Los líderes de la familia, los padres, se autoengañan en muchas ocasiones, dando cosas materiales o perdiendo autoridad, para evitar frustraciones evolutivas que son buenas para el proceso madurativo de los jóvenes, en pro de no generar malestares necesarios, todo ello, por la imagen familiar o por evitar conflictos. Buscamos el cortoplacismo con el menor coste emocional, sin pensar en las consecuencias ni en lo que perdemos , sacrificando la consolidación y los pilares de la familia.
¿Como esperamos que nos respeten nuestros hijos si no cumplimos como padres? Si en lugar de castigarles en las ocasiones que se lo merecen, tan solo les decimos dos “tonterías”, o en lugar de premiarles cuando se lo ganan, tan solo les decimos un “está bien”. Si cuando quieren hablar con nosotros, les paramos porque estamos viendo el telediario, o leyendo el periódico. Si cuando viene a hablarnos de la pareja, le decimos que a esas edades esas cosas son tonterías. ¿cómo pretendemos que luego nos cuente lo que le ocurre?, si le hemos abandonado y dejado en manos de su entorno y sus “amigos” o de las máquinas. Pensamos más en nuestro egoísmo, en lo mal que lo vamos a pasar nosotros viéndoles sufrir, o que tenemos que sacrificar el fin de semana o las vacaciones y abdicamos a sus chantajes, esto por desgracia ha pasado en todas las épocas de las que me he podido documentar.
Si leemos esta frase, pensaríamos que se está hablando de nuestros días, “Nuestra juventud gusta del lujo y es mal educada, no hace caso a las autoridades y no tiene el menor respeto por los mayores de edad, nuestros hijos hoy, son unos verdaderos tiranos, no se ponen de pie cuando una persona anciana entra. Responden a sus padres y son simplemente malos”. pues la escribió Sócrates, en el siglo V a. C. por lo que podemos tranquilizarnos ante lo que vemos, por suerte, la naturaleza suele enderezar los arboles que en su juventud se torcieron, aunque no todos. Debemos partir de un principio básico que siempre se ha dado en la historia de la humanidad: No se puede educar sin autoridad, sin tener mecanismos para poder dar y retirar cosas importantes del otro, sin esfuerzo y sin disciplina, estas palabras que suenan tan “mal” en nuestros días, han sido la base de la educación en todas las civilizaciones y las grandes escuelas de cualquier país. Con esto no quiero decir que lo tenga que usar, pero sólo por tener estas herramientas, el aprendiz ya toma otra actitud y se esfuerza.
Lo más bonito es conseguir que se esfuerce al principio por el deseo de que sus educadores sientan orgullo y satisfacción por él, para ganarse él el amor de ellos, y según va evolucionando, lo vaya haciendo por su futuro y sus inquietudes, pero cuando el infante no lo hace por esas causas, es bueno saber, que debemos utilizar todo lo que esté en nuestras manos para su proceso de aprendizaje y maduración, sabiendo que cada hijo es un mundo y que no puedo educarlos iguales. Es uno de los grandes errores de nuestra sociedad, el considerarnos a todos iguales, sin querer ver que cada uno requiere su propio proceso, sus propios castigos y refuerzos y más o menos horas con las figuras adultas. La mejor satisfacción de unos educadores, es el fruto de ello, el ver que no se producen broncas constantes, por no haber afrontado bien una causa.
Cuando perdemos la autoridad y lo único que sabemos hacer es repetir las cosas, y decirlas una y mil veces, sin observar que eso no funcionaba ni cuando era pequeño, y lo justificamos al conseguir un pequeño gesto por su parte, sin darnos cuenta que todos los días hay malas caras por esa razón y creamos injusticias entre los miembros de la familia al permitir que se creen malos ambientes por uno solo, y esto, tenerlo que padecer el resto de la familia. En esos momentos podemos afirmar que hemos perdido el papel de padres y hemos bajado a la categoría de “amigos” en el mejor de los casos o simples paganinis de un ser egoísta. Por desgracia, no somos sus amigos por mucho que lo pretendamos; con esa actitud solemos convertirnos en los tontos útiles a quien pedir y exigir todo lo que ellos necesiten o se les antoje tener, cediendo nosotros por un sentimiento de culpabilidad que solos nos hemos puesto, bien por no estar más tiempo con ellos, o creernos no estar a la altura; llegamos a darles “todo”, casi pidiendo perdón por no haberlo detectado antes que lo pidieran.

Vivimos un periodo donde la renta per capita se ha triplicado con respecto a la generación anterior, donde el acceso a la educación es universal, en nuestro país, pero no veo que estas mejoras sociales se reflejen en mayor bienestar ni felicidad. Se ha cambiado el modelo de familia donde la figura que aportaba el dinero y trabajaba fuera de casa era el hombre, mientras que la madre trabajaba en el hogar; las tareas domésticas, como educadora y facilitadora del orden familiar, la receptora de todos los que llegaban al hogar, la responsable de tener las comidas, de exigir que estudies o de permitir que juegues. Hoy esa figura está desapareciendo, y ese trabajo no se reconoce y se minusvalora por casi toda la sociedad, empezando por el movimiento feminista. Hoy las dos figuras parentales tienen que trabajar fuera para sostener la nueva estructura familiar, “la sociedad del bienestar” donde hay más riqueza material, pero con más vacío emocional. Donde los hijos llegan a una casa vacía sin que nadie les espera ni les escucha, o donde hay una persona ajena a la familia, que la suelen considerar “inferior” y no sirve para cumplir ese papel de figura parental, una casa donde no se comparten sus vivencias ni se escuchan sus dudas, donde no se les exige que estudien o se les ponen límites. Donde la bulimia, las drogas, el absentismo escolar o la falta de identidad, tienen que asumirlo en la fría soledad de la casa domotizada con la nevera llena y el eco del vacío. Donde tus ídolos se han caído hace años, (los padres) y han sido sustituidos por un futbolista, un músico, o el “malote” del instituto. Donde internet es quien te dice lo que no sabes, sin filtros de edad.
Esta visión tan negativa se contrarresta con esos padres que hacen tetris con sus tiempos y son capaces de ajustar sus horarios con el horario escolar del hijo, con mayor interés en sus actividades a través de los correos que mandan los tutores y con mejores conocimientos de las materias que están estudiando para poder ayudarles y formarles. Por muy mal que veamos una juventud, siempre hay otra que si es responsable, que sí se adecua a lo que tienen que hacer y que saldrá adelante con buenos o malos padres. Ya Hesíodo en el siglo VIII a. C. decía: “ya no tengo ninguna esperanza en el futuro de este nuestro país si la juventud de hoy toma mañana el poder. Porque esta juventud es insoportable, desenfrenada y simplemente horrible”.

Lo que sí somos, es la primera generación que los padres se esfuerzan para que les quieran sus hijos, cuando lo normal es que los hijos busquen el amor de los padres.
Ante esta nueva familia, hemos destruido ese hogar donde llegabas buscando cariño, respuestas, autoridad y límites, donde estaban las personas que más sabían y que su palabra era la única verdad, hasta que el crecimiento va aceptando sus límites con cariño y respeto. Porque quieran aceptarlo o no, el hijo quiere unos límites que le den seguridad, estabilidad, donde poder crear su personalidad en contraposición con sus figuras superiores, donde le motive luchar para ampliar esos límites y conquistar más libertad. Este principio básico no lo conocía un sacerdote que vivió hace 2000 años a. C. que escribió: nuestro mundo llegó a su punto crítico. Los hijos ya no escuchan a sus padres, el fin del mundo no puede estar muy lejos”. Tenemos que saber que esa lucha es sana y buena para su crecimiento personal siempre que haya esa figura fuerte contra la que medirse, porque cuanto más respeto se tenga a los progenitores más satisfacción se consigue al conquistar libertades, al ver como te acercas a ser adulto como ellos, y más deseas que ellos te lo reconozcan o más te duele el decepcionarlos. Teniendo en cuenta siempre los padres que la libertad da miedo y hay que darle la que sea capaz de soportar. Ese es el verdadero papel de los padres.
Ahora, por desgracia, muchos jóvenes llegan a sus casas, donde su única conquista ha sido una habitaciones con derecho a baño y a comida, con todos los gastos cubiertos y una paga por no hacer nada, donde tengo toda la tecnología necesaria para seguir interactuando con mi grupo y evitar de esa forma hacerlo con la familia. Donde cada uno se cree el más fuerte y el jefe, por lo que los padres, han sido derrocados y los hijos se han repartido la corona, donde las disputas se arreglan sin afecto y sin jueces. Donde casi nadie sabe lo que hace el resto, donde nadie influye sobre nadie, donde no se perdona nada al no haber lazos afectivos ni respeto.
Partamos de la realidad que no somos perfectos, ni los matrimonios son perfectos ni los hijos lo son. Todos metemos la pata, decepcionamos a los demás, les fallamos y no estamos siempre que nos necesitan, pero tengamos siempre presente que si te compras una lavadora, viene con un libro donde te explican como funciona, un coche igual, viene con su libro y te dan clases para saber llevarlo, pero un hijo o un matrimonio, viene sin instrucciones, y cada uno lo hace lo mejor que puede.
Esto no nos puede servir como excusa, cuando claramente vemos que renunciamos a nuestro papel, por comodidad, por evitar conflictos o porque es lo más fácil o para buscar el afecto en lugar de lo mejor para el otro. El formar una familia es una tarea para toda la vida, y siempre tenemos que ver como mantener esa estructura teniendo claro que es un proceso de cambio constante y de retos permanentes, donde las satisfacciones van seguidas de sufrimientos, los éxitos de fracasos y las alegrías de tristezas, lo hagamos como lo hagamos, pero que al final, los que sí hayan dado lo mejor de ellos para que salga bien, tendrán más posibilidades de obtener la satisfacción y el amor de cada miembro que el que haya buscado el camino fácil.
Tengamos en cuenta que la crítica hacia la juventud, ha sido una constante en nuestra historia: “Esta juventud está malograda hasta el fondo del corazón, los jóvenes son malhechores y ociosos. Ellos jamás serán como la juventud de antes. La juventud de hoy no será capaz de mantener nuestra cultura”. Esta frase estaba escrita en un vaso de arcilla encontrada en unas ruinas de babilonia con una antigüedad de 4000 años a. C. y a pesar de ello, las civilizaciones han seguido avanzando, pero también recordemos que todas ellas han desaparecido por otras civilizaciones en el momento que se han dedicado más a la vida ociosa y al hedonismo olvidando defender sus principios básicos y sus normas de convivencia. No caigamos en los errores de nuestros antepasados.

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