La dependencia afectiva

La dependencia afectiva

 

Autor: Manuel López Espino

Hay personas con una gran dependencia hacia los demás, que necesitan tener un líder, tener a alguien que consideran superior a ellos, ya que ellos tienen una baja autoestima, sentimientos negativos de su ego y autoengaños hacia ellos. Se suelen sentir solos, con un fuerte vacío emocional, y con una gran culpabilidad por todo lo que ocurre a su alrededor, llegando a tener conductas autodestructivas. Estas personas que constantemente se mienten y mienten, manipulan a la gente de su entorno y se manipulan a ellos mismos, tienen poca capacidad de afrontar la realidad y prefieren la reiteración de conductas, aunque tengan consecuencias negativas, antes de cambiar, no quieren dejar de ser dependientes, independientemente del trato que reciban por parte del otro, y se culpan injustificadamente por el mal trato que reciben o por dejar a su maltratador. Se da sobre todo en mujeres, que estando en una relación de maltrato físico y psíquico, son incapaces de salir de él, y cuando intentas hacerles ver la realidad, se aferran a su vivencia, la manipulan, se culpabilizan y excusan al agresor. Le defienden como si fuera parte de ellas, ves claramente al hablar con ellas, que temen perderlo, o que se lo quites llevándolo a la cárcel, por lo que quitan la denuncia y vuelven a su “cárcel de maltrato” donde se sienten estables en ese mundo que ya conocen. Tienen una mala identificación de su personalidad, de su identidad, tienden a identificarse con un tercero, quedando su egoísmo muy limitado y confundiendo los juegos de poder que establecemos con otras personas. 

Tienen un concepto del amor distorsionado, y hacen cualquier cosa por no perder a ese hombre del que creen están enamoradas, aún siendo ellas las que saben que ponen el 100% en la relación, y dándose cuenta del mal trato que reciben, pero lo prefieren con tal de no estar solas, antes de culparse, porque esa relación fracasó por su culpa. 

Jürg Willi (2004) afirma que “en un mundo dividido entre sujeto y objeto, el amor induce al sujeto a abrirse, a dejar su autorreferencia y convierte al objeto en dominante”, esta interpretación del amor, vemos que este tipo de población lo lleva al extremo, perdiendo su autorreferencia y dejándose dominar hasta el punto de llegar al mal trato físico, y a la humillación personal. 

Por otro lado, tenemos a la persona que es tan egoísta, que no puede amar, por no renunciar nunca a su egoísmo o a dejarse dominar en ocasiones por su pareja. No nos vayamos a los extremos de los conceptos al leer estas palabras, me dejo dominar cuando cedo a ir donde mi pareja quiere sin yo querer, y me dejo dominar cuando me pongo una prenda que le gusta, aunque a mi no me agrade, o a ir a pasar la tarde con sus padres que me caen mal, o en muchas situaciones del día a día donde mi personalidad no se ve dañada ni mi físico. Lo malo es cuando esto lo llevamos al límite y me dejo insultar, pegar, violar, agredir, humillar, y demás formas de dominación que son las patológicas y las negativas para la persona con dependencia afectiva. 

Se calcula que es un 12% de la población la que sufre esta patología, pero pensemos que es otra patología la persona que no sabe renunciar a su egoísmo por amor, o es incapaz de aceptar el sentirse dominado por nadie. Si lo pensamos, me siento dominado en cierta medida por mis profesores, mis padres, los más fuertes del grupo, y según crecemos, mis jefes, las autoridades, las instituciones, y cientos de entes que están por encima de nosotros. Quien no lo acepta, tiene problemas de otra índole y suele tener otro tipo de patologías. Recordemos que lo bueno y lo malo, no indican nada por sí mismo, según Spinoza: El sujeto entiende por bueno lo que nos acerca al modelo de naturaleza que nos proponemos y por malo lo que nos impide reproducir el modelo. Lo que tengo que saber es cuál es ese modelo que me engloba dentro de la normalidad o de la patología. 

           Cuando empezamos a amar de forma sana y madura, no nos enamoraremos de la persona más hermosa del mundo, nos enamoraremos de la que hace hermoso nuestro mundo.

          Cada vez somos más superficiales, en nuestra juventud pasamos más tiempo preocupándonos de como lucimos algo, que de lo que aprendemos, en lugar de interesarnos por encontrar paz interior, o por mejorar en algún otro aspecto, que a la larga son más importantes que la mera imagen. De la misma manera, buscamos en nuestras futuras parejas, la que me parece, más guapa o mas atractiva, sin discriminar otros aspectos que son fundamentales, para que una relación salga bien. 

Tarde o temprano descubrimos, que la envoltura no es una buena manera de juzgar el contenido, que lo más atractivo de mí, no está en mi piel ni en mis músculos, sino más en lo profundo, ahí donde los ojos no alcanzan a mirar, ahí donde solamente el espíritu es capaz de entrar, cuando dejamos de jugar al cuento de hadas, a la Barbie y Ken, cuando queremos vivir una relación basada en cosas más duraderas e importantes, como el respeto, la seriedad, la solidaridad, el amor y la empatía, ahí es cuando podemos hablar de un amor maduro, donde se da la asertividad y la empatía, el amor propio, y el amor al prójimo sin que sean incompatibles, y sin que tenga que haber daño para ninguna de las partes.

             No es malo arrepentirse y cambiar, poder decirnos: Quiero cambiar como he tratado a la persona que he tenido a mi lado por más respeto y consideración, que vuelva a fijarse en mí, no porque fuera la persona más hermosa del mundo, sino porque el estar conmigo le hace hermoso su mundo, su realidad, donde no me preocupe porque alguna que otra vez me encuentre desaliñado. Una relación donde no me preocupe envejecer algún día y pensar que me pudiera dejar por alguien más joven o bello, quiero una persona de verdad, capaz de ganarse mi amor sincero y mi admiración, alguien que dirija sus palabras y sus actos en la misma dirección, alguien congruente con la vida, alguien con un verdadero corazón. 

             Cuando aprendemos a amarnos, es cuando sabemos amar de forma sana, cuando no me amo, no puedo amar, y confundo la dependencia con el querer, la agresión con las muestras de amor y los celos irracionales con que me quieren mucho. El necesitar no es lo mismo que el amar ni el querer, otra cosa es que lo prefiera y que haga que mi vida sea mucho mejor, con esa persona que sin ella, otra cosa es que sufra por ella, y que la eche en falta. 

Claro que el amar conlleva sufrir, preocuparme y tener unos celos racionales, pero tengo que saber que esa persona no es mía y que si no sé conquistarla todos los días, la puedo perder y no debo pensar que nunca me dejará porque teme mi respuesta, por mi agresividad o por mis chantajes. El convertirnos en maltratadores es igual de fácil que el convertirnos en víctimas, son las dos caras de una misma moneda donde ninguno de los dos consigue ser feliz, y donde ninguno de los dos sabe amar ni sentirse amado. 

            Hay tantas formas de amor erróneas, que no podemos dejar de señalarlas por centrarnos en la relación de dependencia de la pareja. Sin darnos cuenta, podemos tener una relación de dependencia afectiva por nuestro hijo o por nuestros padres, y es igual de patológico e igual de limitador para sus vidas. Esos miedos de los padres para que no le pase nada a su hijo, porque “le quieren mucho”, hacen que no vaya a esa excursión, que no juegue a ese juego, que no vaya a ese sitio o no salga hasta esa hora, y al final limitan tanto la madurez de ese niño, que le llenan de miedos e inseguridades por quererle tanto y por depender afectivamente tanto de él, que le hacen un infeliz, un inmaduro y un dependiente. O cuando le hablamos mal de su pareja por miedo a que nos lo roben, o cuando invadimos su vivienda constantemente y le seguimos arreglando su vida sin aceptar su nueva situación y sin respetar a su cónyuge. Cuidado que siempre podemos asfixiar a alguien por amarle tanto de forma errónea. 

           Pensemos siempre que la vida de los demás no es nuestra, que yo puedo vivir sin depender de nadie, y que para amar, debo amarme a mi primero. 

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