La Felicidad
Articulo de: Manuel López Espino
La felicidad es un estado de ánimo que nos hace sentir plenos por las cosas que disfrutamos a un nivel tanto espiritual como físico. Según el budismo, ésta reside en las experiencias enriquecedoras que se viven para lograr un objetivo. Sócrates habla de desarrollar la capacidad de disfrutar de las pequeñas cosas, aprender a apreciar los placeres mínimos y quedarnos con el éxito interior, para poder llegar a la felicidad, Aristóteles dice que todos los hombres la buscan y cada uno tiene su propia fórmula, unos son felices ganando dinero; otros, recibiendo honores, y otros viajando. Cada cual posee el secreto de su propia felicidad. Para Kant, era un deber supremo buscarla y para Ortega y Gasset la felicidad es la vida dedicada a ocupaciones para las cuales cada hombre tiene singular vocación.
Pero ¿quién sabe realmente lo que hay que buscar o por lo que nos debemos mover en este mundo?. En ocasiones parece que estamos perdidos en una superficialidad materialista, que no nos deja ser el dueño de nuestra existencia, y que lo que buscamos no es la felicidad, ni un camino que dé sentido a nuestra vida, tan solo miramos la vida que llevamos e intentamos darle un sentido.
Recuerdo una historia de un mexicano que vivía en un pequeño pueblo, y cada día, al despertar, sin despertador ni presión alguna, se iba a pescar. Tan solo pescaba tres peces, que los entregaba en un bar a cambio de que le invitaran a comer con su mujer y luego por la tarde, echando la partida con sus amigos, le invitaran a un tequila. Un día llegó un ejecutivo de Nueva York para pasar allí sus vacaciones, al cabo de unos días, viendo su ritmo de vida, le propuso un negocio para ganar más dinero. ¿Por qué en lugar de traer solo tres peces, no estás más tiempo pescando y traes 30 para venderlo a otros bares y así poder ganar dinero para comprar otra barca y contratar gente que pesque para usted. De esta forma empezaría a vender en otros pueblos y en poco tiempo, abriría una fábrica de conservas que le permitiría exportar a mayor escala e ir creciendo su negocio para hacerse rico? A lo que el mexicano respondió: ¿Para qué?. -Para poder tener un buen coche, una casa grande y buena ropa.- ¿Para qué? Para tener una vida más segura y tener más dinero.- ¿Para qué?. -Para ser más feliz. A lo que el mexicano respondió: Si empezara su proyecto, tendría que madrugar todos los días, no tendría tiempo para estar con mi mujer y con mis amigos, empezaría a tener preocupaciones por los negocios y por mis trabajadores, el dinero me generaría la envidia de mis vecinos y amigos y estaría deseoso de jubilarme para estar en un sitio tranquilo con mi mujer y mis amigos, despertar a la hora que quisiera para salir a pescar, que es mi entretenimiento, ir a comer con mi mujer y luego echar mi partida en paz y felicidad, sin ninguna preocupación y eso ya lo tengo.
¿Por qué buscamos la felicidad?, algo que es efímero y no depende solo de nosotros, que juega con tantas variables, que al final nunca se ha sabido cómo alcanzarla ni mantenerla. Nos dicen que con dinero, y nos pasamos la vida trabajando para tener ese dinero que, según lo gastamos, vemos que no guarda relación directa con la felicidad, mas bien nos quita el malestar de no tenerla. Es cierto que con el dinero se pueden establecer variables que facilitan los momentos de felicidad y nos cubre las necesidades primarias, facilitando nuestro estado de confort para poder llegar con más facilidad a ella. Pero la realidad nos demuestra que hay personas en situaciones precarias que tienen mas momentos de felicidad que personas con todas sus necesidades resueltas. Gente que, teniendo mucho dinero y una situación de poder, ante un accidente grave o una enfermedad, se han dado cuenta de su camino erróneo y han dejado la búsqueda del dinero para disfrutar de pequeñas cosas y de las personas que realmente les interesan, sin estar en la carrera de quién tiene más.
Está claro que necesitamos una motivación externa, una esperanza, que nos haga tener una actitud que nos lleve a ese estado emocional tan satisfactorio que parece ser la felicidad.
El ser humano, de siempre prefiere una falsa esperanza en algo superior a él, a no tener ninguna.
Queremos salir de la incertidumbre, del vacío que produce el desconocimiento, el no saber responder a las preguntas de a dónde voy, de dónde vengo y para qué vivo; esa sensación depresiva de no entender nada ni motivarme por nada, el verme fuera de lugar en todos los entornos, esa energía destructiva que se nos genera ante esa situación. Creo que eso es realmente lo que motiva al ser humano a buscar algo más; el niño a sentirse querido y protegido por los padres, el adolescente a sentirse integrado en un grupo que le de una personalidad independiente de la de sus padres para salir al mundo y cubrirse con nuevas ideas, ropa, música, relaciones, para intentar romper con lo ya establecido en este mundo de adultos, donde él no ve cabida, y tener la ilusión de crear su propio mundo. El casado intentando defender una pequeña parcela de su propio “yo”, de su tiempo libro, donde no viva solo para la familia y el trabajo, el soltero para no verse solo y encontrar el amor con el que sigue soñando y el jubilado, para encontrar una nueva vida sin la identidad de tener hijos, ya que estos son adultos y han volado, y tampoco tiene ese título que le otorgaba su trabajo.
En contra de lo que se piensa, la persona que busca la felicidad, no es una persona egoísta. Muchos estudios demuestran que el desdichado está más metido en sí mismo.
Parece que cuanto más felices seamos más felices haremos a los demás, pues la felicidad es un camino, lleno de momentos alegres; creo que para ello tenemos que trabajar nuestro “yo” interior formado por sentimientos, intelecto, mente y cuerpo, de esta forma podremos darnos cuenta de qué nos hace felices, fomentándolo y qué nos hace infelices para poder reducirlo o eliminarlo, de esta forma podremos compartir esas nuevas vivencias con la gente que nos rodea en lugar de nuestra pobreza interior e infelicidad.
Tengamos cuidado porque en estos tiempos, parece que se huye de todo proceso de profundizar en nuestro conocimiento personal y dejamos que manden nuestros deseos elementales, llevándonos de un lado a otro sin saber qué buscamos ni de qué huimos, estamos en un vagar acompañados por esos instintos que solo saben evitar el dolor y buscar el placer, con una consciencia que sufre y nos hace sentir mal por ver que perdemos el tiempo con esa vida.
Hay tantas personas que viven bien con ellos mismos y con su entorno, sin la obsesión del dinero, ni de las cosas materiales, que parece ser el camino más correcto que podemos llevar, sin buscar la felicidad. Ya llegará. Tan solo son coherentes con lo que hacen en sus vidas. De esta forma no temen al monstruo en el que te puedes convertir, ese ser poderoso que pierde el control de sí mismo, que puede hacer daño a sus seres queridos y a personas sobre las que tienen influencia por cegarse con las cosas, el que olvida cómo cuidar a un ser indefenso, el que piensa que puede hacer daño a alguien por una circunstancia que se le ha ido de las manos, o en el que no le importa defraudar a sus seres queridos.
Nuestros miedos más profundos no deben ser a situaciones que nos hagan daño, ni a la soledad ni a la muerte. Tendría que ser a nuestra luz, nuestro éxito. Porque de la oscuridad está claro que debemos evolucionar para salir de ella y el crecimiento es fácil hacerlo por el buen camino, pero cuando la luz te deslumbra, lo fácil es que te rodees de gente y de cosas que te cieguen más, te pierdas y te transformes en alguien que no conozcas y que no consiga ser feliz nunca.
¿Realmente debemos ser unos triunfadores?, ¿brillantes?, ¿inteligentes?, ¿atractivos?,… O ¿estas variables son del mundo materialista del que debemos escapar, para no convertirnos en ese monstruo distante y peligroso para nuestros seres queridos?
La conclusión entonces podría ser que para ser feliz, y no temer esa despersonalización destructora a la que nos puede llevar el materialismo, tengo que crecer pensando en ayudar y no en enriquecerme, debo evolucionar para poder desarrollarme en lo espiritual y no en lo material.
Parece un dogma demasiado simple como para que no se haya llegado ya a esta conclusión antes y todos lo practicáramos sabiendo que es el camino de la felicidad.
Muchas religiones explican el sentido de la vida como un proceso donde tenemos que identificar a un Dios bueno y bondadoso que existe en nuestro interior, y cuanto mejor persona seamos, más felices seremos. La felicidad en este caso parece venir de fuera, de ese Dios bueno que te compensa por tus actos. Pero, ¿realmente quiero ser un sujeto que cede su papel de protagonista a un director que dirija mi vida? o ¿prefiero poner a Dios en un segundo plano, y ser yo quien me juzgue, quién me premie y quién me castigue por mis actos?
Cada cual que se planté como se llega a la felicidad. Yo creo que debemos ser pensadores independientes, coger información de todas partes, digerirlo con nuestros propios filtros, filtros que cuando se llenan, los cambio y cada vez los pongo más finos.