La personalidad
Por: Manuel López Espino
Cuando repasamos la historia de los seres humanos, vemos los héroes y los villanos, los valientes y los cobardes, los que saben sacrificarse y dar su vida por los demás y los que sólo quieren sus riquezas y aprovecharse de los otros. ¿Por qué podemos ser tan diferentes los humanos ante el mismo acontecimiento? ¿cómo podemos ser una especie gregaria y haber individuos que van en contra del beneficio grupal?. Está claro que no somos una especie más dentro de los animales, que tenemos procesos que sólo se dan en nuestra especie y que dentro de los humanos hay individuos muy diferentes a los otros. Lo llamamos personalidad u orgullo, la personalidad sería el conjunto de cualidades y rasgos que nos diferencian de los demás, mientras que el orgullo es la capacidad excesiva de valorar lo propio por encima de los demás, y es esto lo que hace que actúen en detrimento de otros y en beneficio propio. Es ese «orgullo» el que hace que no seamos capaces de entender al prójimo y casi siempre por defenderlo acabamos perjudicados. Se le ha definido como una percepción desmedida de las virtudes de uno mismo que nos hace sentir superior a los demás, percepción casi siempre mal interpretada o mal utilizada al no dejarnos escuchar activamente la postura de los demás y poder seguir creciendo o consiguiendo lo que en realidad queremos. El orgullo es capaz de renunciar a algo que ya poseía por no saber pedir perdón, por cerrarse en pequeños detalles que no tienen importancia y renunciar al pastel entero que ya teníamos conseguido, es una parte más de nuestra personalidad que podemos verla como algo negativo e intentar eliminarla o verla como mi personalidad. La dañina frase de » yo soy así» e intentar saciar al orgullo, alimentándolo y haciéndolo cada día más grande y más perjudicial para uno mismo y su entorno. En ocasiones el orgullo ocupa casi toda la personalidad, el ejemplo más claro es el adolescente violento que no soporta ningún tipo de crítica, con una vida muy vacía y unos ideales muy radicales que defiende con su vida. Su orgullo se ha envestido de ese movimiento, de ese líder, de esas ideas y cree que él solo es eso, por lo que el miedo a dejar de ser, le lleva a defenderlo sin mesura; en muchas ocasiones dejar de ser parte del grupo identitario es lo peor que le puede pasar en la vida, la soledad, el no ser reconocido ni cuidado ni sentirse miembro de nada, sin valores ni principios propios ni nada realmente que le llene su existencia, ese miedo le lleva a creer que su personalidad es algo externo a él y se convierte en un ser miembro de la manada, sin ser consciente de la proporcionalidad que hay entre anular su persona y ser más grupo, o ser más persona y menos grupo.
Tener una personalidad fuerte es algo que suena muy bien en nuestra sociedad, en contraposición de tenerla débil. Si eso quiere decir que si cambio mis pensamientos, mis acciones, mis conductas, mis normas y mis prejuicios, tengo una personalidad débil, parece que es justo lo que necesito para poder crecer y madurar durante toda mi vida, aprendiendo y modificando todo aquello que veo erróneo o negativo para mi desarrollo vital. Incluso cambiando personas, lugares, trabajos o cosas materiales con las que me identifico por apego o por afecto y que tan solo me daban una identidad y un apoyo en el tiempo que han estado en mi vida, no porque en el momento actual lo elija yo. Voy a intentar explicarme mejor para que no haya malos entendidos. A determinadas edades nos unimos a personas por actividades, ideas, trabajos, el barrio donde vivimos,… pero que realmente no van evolucionando en nuestro mismo proceso y poco a poco vamos dándonos cuenta que nos vamos alejando y por diferentes circunstancias desaparecen de nuestra vida, esto es un proceso que considero normal, y nada tiene que ver con ser mal amigo, o una persona despegada, o con la idea de utilizar a la gente. Lo bonito es tener libertad de ir progresando cada uno en la dirección que va eligiendo e ir estando con personas que van compartiendo cosas contigo. La amistad es otra cosa, donde caben personas que se unen por los principios, valores, afectos y donde se puede ser diferente en todo lo demás. Lo bueno es saber que con esos amigos no estoy en el día a día, porque no nos une nada, y verlos cuando realmente nos apetece.
¿Qué hacemos con la pareja?, Una gran pregunta dentro de este proceso de cambio. Lo normal que se está viendo que si los dos crecen, no importa sea en caminos diferentes, eso enriquece la relación y le dará fuerza, siempre que haya una libertad para dejar crecer al otro. La mayoría de las rupturas se están dando cuando uno crece y el otro se queda estancado, no avanza en nada, y sigue queriendo hacer lo mismo que hacía hace 20 o 30 años. Las conversaciones son monótonas y llega el aburrimiento. Uno madura con cosas nuevas, quiere poder estar con gente que le enriquezca y si el otro no tiene nada nuevo que aportar nunca, si se encierra más en defender su estancamiento, la relación está va mal. Ahí es donde se ve más claro lo que es una personalidad flexible y cambiante y una rígida y estática.
Dejar de escuchar:»yo soy así» para empezar a escuchar «yo estoy en un continuo proceso de crecimiento personal, por lo que todavía no sé cómo soy».
Es un proceso muy duro ir sin personalidad por la calle, relacionarnos sin tener un esquema de quién soy y quién es el prójimo. Sería como ir desnudos ante los demás que van recubiertos con su personalidad y sus medallas conseguidas por sus triunfos materiales pasados o herencias sin ganar. Pensar en romper con el estatus que me otorgan las marcas y dejarlo todo a mis habilidades personales, es como tirarme de un avión sin paracaídas al no saber volar. Pero ¿qué ocurre si aprendo a volar? Si entiendo y practico la empatía, la asertividad, la escucha activa, las habilidades sociales que tengo de forma intrínseca sin necesidad de cosas superficiales, sabré volar sin avión, sin marcas, sin apegos. Algo así es ir creándote tu personalidad sin que durante el proceso una falsa imagen te esté impidiendo conseguir una mejor personalidad cada día.
Las relaciones humanas nos llenan y nos saturan, nos hacen evolucionar y nos inculcan miedos y límites, prejuicios y dogmas. Que importante es relacionarse de personas que puedan aportarnos aspectos positivos y conceptos reales evitando a las demás. Pero en esta sociedad no elegimos a nuestros padres, hermanos, vecinos, compañeros ni a la gente que va a estar en los sitios donde nos movemos. Parece que es difícil seleccionar a esas personas con las emociones y apegos que nos atan, de igual modo, a las negativas y que en muchas ocasiones nos han influido tanto que nos creemos ser como ellos, con todos esos prejuicios irracionales, pero sin capacidad de discernir entre el «yo» y las influencias del entorno.
Está claro tenemos nuestra zona cerebral emotiva, como animales mamíferos, lo que corresponde con el sistema límbico y por otra parte la racional, el último desarrollo del cerebro, el neocortex, donde está la razón. No podemos evolucionar dejando atrás ninguna de las dos, y casi todos seguimos haciendo nuestras decisiones vitales a través de las emociones, aún sabiendo que acertaríamos más si nos basaremos en la razón. Ahora bien, ¿hasta qué punto quiero me influya lo afectivo, en contraposición con lo racional? viendo claramente su incompatibilidad para elegir entre las personas que hay en mi vida, sin meternos en aspectos materiales de gustos y preferencias, ni en la importancia de la genética a la hora de evolucionar como persona en mi contexto social.
Se ha demostrado que el afecto es igual de importante que la alimentación en los primeros años de vida de los seres humanos y de los primates en general. Buscamos el calor y suavidad de un cuerpo más que el alimento en frío. Esto es mientras que nuestro intelecto no tiene comprensión del mundo y somos dependientes del entorno para sobrevivir. Nuestra relación es por necesidad y por sentirnos indefensos ante las demandas del medio. Lo que me pregunto es si llega el momento en que dejamos de sentirnos dependientes y empezamos a elegir por nosotros mismos o si esa dependencia solo se rompe ante la muerte del otro (de ahí ese sufrimiento de pérdida), o solo cuando vemos que ya no dependemos de él y ya no hay lazos afectivos que nos unan. Qué difícil es romper esos lazos cuando desde pequeños se fomentó e instauró como un mantra la importancia de la familia y el amor incondicional que hay por los lazos de sangre.
Todos conocemos familias rotas y relaciones de amistad más fuertes y sanas que los lazos de sangre, por lo que parece que no sirve solo la fuerza del apellido, hay que meter otros aspectos que hagan que las dos partes quieran seguir con ese lazo o estará evocado a terminar.
Las relaciones vemos que son necesarias para nuestro desarrollo y para sentirnos pertenecientes a algún grupo donde nos sintamos parte y nos ayude a tener identidad, pero debemos saber que al igual que nosotros elegimos con quien estar, los demás también lo pueden hacer, por lo que tendremos que cuidar y crecer dentro de nuestras posibilidades para estar en un grupo que evolucione y no en uno que se radicalice y empobrezca. Está claro que es un proceso vivo que solo puede evolucionar o disminuir, pero nunca quedarse estancado.